17:45 horas… Abril 19 de 1966… cuando México quedó en ¡Sombras nada más..!
Javier Solís cruzaba los 34 años y cruzaba, también, por su mejor momento. Su música sonaba en casas y negocios, cantinas y restaurantes. Las estaciones de radio replicaban sus éxitos.
Marzo 21 de 1966. Javier Solís realizaba una gira por las costa del Pacífico. De Guasave viajó a Guamúchil, donde empezó aquel dolor insoportable. Primera llamada de su vesícula.
Deportista, declarado amante del boxeo. Fuerte y con esa voz que sigue enamorando… ¿cómo era posible?
Pues sí. El destino. El cantante voló de Guamúchil a la Ciudad de México.
El 12 de abril, la molestia continuaba y se vio obligado a solicitar auxilio médico en el Sanatorio Santa Elena, en la glamorosa colonia Roma. Después de los estudios clínicos, se decide la operación; el 13 de abril le extraen la vesícula biliar. Se fue el dolor, nada más a soportar las molestias postoperatorias… ¡Qué alivio!
Pero no. Abril 19. Aunque su enfermera lo reportó tranquilo por la mañana, a las , 17:45 horas de pronto incorpora su cuerpo en la misma cama, exclama “¡Dios mío!” y en ese instante se desploma, sin vida ya.
La misma radio en la que todo México escucha sus éxitos, informa que el cantante preferido había muerto.
Dejó a su México en ¡Sombras nada más..!
Javier Solís vio la primera luz en el populoso barrio de Tacubaya, en la Ciudad de México, el 1 de septiembre de 1932.
Cuentan los más viejos de la comarca boxística que llegó a entrenar en el Gimnasio Lupita, que tanta gloria dio a México cuando entrenó ahí a sus pupilos don Arturo «Cuyo» Hernandez.
En el «Lupita» se prepararon para sus regresos Carlos Zárate y Lupe Pintor, allá en la segunda mitad de los años 80; ahí también se forjó otro de los más grandes de todos los tiempos: Ricardo López Nava, el único mexicano que se retiró invicto y siendo campeón del mundo y, si no erramos, el segundo en el mundo.